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La lección de Colombia y la encrucijada fiscal dominicana

Por Isidoro Santana, miembro de la Comisión de Análisis Político de Participación Ciudadana

Muchos reclamos puntuales son tolerables, pero cuando se junten con un ambiente inflacionario, una pandemia sin control, una oposición activada y con fuerte control de medios de prensa, le convertirán su período en un infierno.

Explicando el 47% de crecimiento

Primero debo dar una explicación lógica a la tasa de crecimiento del 47.2 % anunciada por el Gobernador del Banco Central, por la multiplicidad de llamadas y mensajes recibidos de gente que cree que ahí hay un error. 

Pues no. Es un asunto de simple matemática. En todo país cuya economía haya estado cerrada en abril del 2020 y ahora esté abierta, se registra un crecimiento espectacular. Y mientras más drástico fuera el cierre, mayor se verá el rebote, pues el crecimiento se mide comparando un período con su igual del año anterior. 

Aquí, en abril 2020 el gobierno decretó un cierre casi total para las actividades industriales, de servicios, comerciales, de transporte, aeropuertos, hoteles, zonas francas, bancos (algunas horas), pero no cerraron todas, ni el cierre cubrió el mes completo, porque la agricultura tenía que seguir funcionando, lo mismo que la industria y el comercio de alimentos y medicamentos.

También tenían que seguir operando servicios públicos que constituyen una porción importante del PIB como la salud, policía, fuerzas armadas, administración general del Estado (incluyendo JCE), electricidad, comunicaciones, agua, vivienda, etc. Por eso la caída fue de 30% y no 100%, en cuyo caso, matemáticamente el crecimiento este año sería infinito. 

Para recuperar esa caída y volver al punto de partida, en abril de este año el PIB debía haber crecido un 42.5%. De todas maneras, la noticia es positiva, pues creció más de ahí, y los números auguran un resurgimiento económico apreciable en 2021. Siempre pensé que la economía podría crecer más que el 5.5% proyectado por las autoridades y por el FMI (dando por sentado que no haya más cierres), aunque tampoco es para que celebremos espectacularidades, pues tanto para lo malo como para lo bueno, abril es un mes pico. Esas cifras no volverán a verse. 

La lección de Colombia y nosotros

Hay otra cosa sobre la cual sí quiero llamar la atención: fuera de la buena coyuntura externa (crecimiento en EUA, crédito fácil, muchas remesas y exportaciones de zonas francas), hasta ahora todo el esfuerzo interno ha descansado en la política monetaria, pues la fiscal ha sido en extremo restrictiva.

Con nuestra deuda cuasifiscal, la política monetaria expansiva no tiene futuro, salvo que se logre controlar la renovada inflación, o decisiones externas sobre tasas de interés. 

Pero la gran restricción vendrá por el lado fiscal. Ya esto era así desde antes de la pandemia, pero ahora es asfixiante. Y ya todos sabemos que el año 2021 ofrece el peor de los escenarios para discutir sobre pacto fiscal ni sobre reformas tributarias, por lo cual el Gobierno ha optado por controlar el déficit (generar superávit) bajando el gasto; pero bajar el gasto público a los niveles que se ha hecho hasta ahora es insostenible, además de un camino socialmente injusto. Y sobre todo, un suicidio político.

Basar el crecimiento en una política monetaria laxa es algo que cae muy bien entre los banqueros, algunos grupos empresariales (sobre todo importadores y comerciantes), y un superávit fiscal satisfará al FMI y las calificadoras de riesgos, pero esto no contenta a los productores de frijoles de San Juan que reclaman que les paguen, ni a los de papas o de cebollas, ni mucho menos a los campesinos de Moca o Licey que quieren caminos y carreteras. 

Y paro de contar para no meterme en las demandas de los habitantes urbanos del Gran Santo Domingo o de una decena de provincias a las que el presidente ha prometido grandes obras, y de grupos sociales que esperan empleos o mejores sueldos, mientras el Gobierno verá esfumarse su período sin poder cumplirles, sin contar las otras 20 provincias o grupos sociales que esperan que también se les prometa.

Muchos reclamos puntuales son tolerables, pero cuando se junten con un ambiente inflacionario, una pandemia sin control, una oposición activada y con fuerte control de medios de prensa, le convertirán su período en un infierno.

La experiencia de Colombia es muy aleccionadora, aunque con serias diferencias: Colombia tiene un gobierno que ya ha sufrido un gran desgaste; además de haber aplicado políticas impopulares desde el principio, comenzando por ir desmantelando el mejor legado de su predecesor: el Acuerdo de Paz con las FARC, liquidando a exguerrilleros que entregaron las armas y estropeando el funcionamiento de la jurisdicción especial creada para garantizar la paz. De modo que las violentas protestas no son tanto por la reforma (que fue retirada de inmediato), sino por el hastío de la gente.

De todas formas, la experiencia sí ofrece una gran lección: aunque el paquete sometido fue regresivo, por muy bien intencionados que sean los diseñadores de la política tributaria, no hay formas de cobrar impuestos solo a los ricos. Tendría que ser al caviar servido en eventos suntuarios, pero con ello se cobraría apenas lo necesario para pagar el sueldo del que barre el parque de Villa Trina. Los problemas fiscales son grandes de verdad.

Pero, aunque se lograra diseñar una reforma que recayera prioritariamente sobre los ricos, estos contarían con todos los medios (que son muchos) para convencer a los pobres y la clase media de que son ellos los perjudicados. 

Siempre he dicho que al presidente Abinader le ha tocado el período más maldito que gobierno alguno haya debido enfrentar. Actualmente, ni reformas tributarias ni bajar el gasto público son opciones socialmente recomendables pues, como acaba de declarar el saliente presidente de la OCDE, es preferible cambiar un poco más de deuda por un poco menos de pandemia. Ambas son barreras al crecimiento, pero la pandemia duele más. 

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